Fragmentos de la obra de Luis Londoño
Fueron tres los incendios que asolaron a Manizales transformándola, cambiando sus fachadas; induciendo al uso de nuevos materiales de construcción como el cemento y el hierro; exigiendo el ensanche del acueducto; fijando un alcantarillado y propiciando, aún más el banqueo de nuevos terrenos (banquear es con agua disolver montículos y reunir escalonadamente ese lodo en cañadas nivelando terrenos). Fue tanto el cambio que en esa época se hablaba de re-fundar a la ciudad de 50.000 habitantes.
El primer incendio sucedió el 19 de julio de 1922. Su impacto fue de dos manzanas, más este flagelo no sirvió de alerta porque tres años después, el 3 de julio del año 1925 son convertidas a cenizas y escombros 219 casas ubicadas en 32 manzanas. El tercer incendio cogió a los manizaleños de nuevo de sorpresa ya que creían haber asumido bastante desgracia con el gran incendio anterior y el 20 de abril de 1926 se quema la Catedral y la manzana adyacente al lado oriental. Perder esta edificación sacra causó otro golpe contundente a la mentalidad de los pobladores porque se albergaba la esperanza que el Ser supremo, en el cual tenían fincada toda su fe, el fuego no atacaría su morada. En esos tiempos toda la prensa colombiana estaba saturada de noticias de conatos de incendios y de verdaderas catástrofes que causaron fuertes crisis en las regiones debido a la pérdida material, más que por el lamento de la pérdida de vidas humanas (ejemplos: Quibdó, 12 de enero del 1926; Puerto Berrio, 14 de enero de 1925). Más era lógico que estos desastres sucedieran debido a los materiales y el modo de construcción que no prestaba mayor resistencia a las conflagraciones. El uso de velones en las casas o el incipiente y equivoco uso de la electricidad era usualmente el epicentro de las llamas y su fatal producto.
HOYOS, Körbel, Pedro Felipe, El Centro Histórico: su origen y razón de ser, hoyos editores, Manizales, 2014, P. 6

Catedral antigua antes del incendio, 1920.
UN INCENDIO
Eran las tres de la mañana del 19 de julio del mismo año, 1922,[1] y los excursionistas aun dormían en esta ciudad sus últimas horas, para emprender el regreso, cuando empezó a cundir la alarma, producido por el clamor de las campanas de las iglesias, que tocaban a fuego.
A esa hora empezaron a dejarse ver las llamas que salían de un depósito de velas de parafina, que existía en los bajos de la casa que habitaba el conocido comerciante don Joaquín Gómez. La mañana era clara y el verano de esos días, había contribuido a hacer más alegre el paseo de los niños de la excursión. Las llamaradas del incendio fueron envolviendo, con una rapidez vertiginosa, con una furia que parecía salida del Averno, todos los edificios contiguos al primero, donde comenzó aquella catástrofe; la población en masa se presentó al lugar del siniestro, a prestar su contingente para ver extinguir las llamas y salvar cuanto se pudiera de muebles, mercancías y lo que se encontraba en aquellas habitaciones. Felizmente no hubo desgracias personales, pues todas las familias tuvieron tiempo de salir, aunque mal trajeadas algunas, y escaparon así de verse devoradas por las llamas.
En la cuadra donde comenzó el incendio, hacía pocos días se había terminado la construcción de unas casas de estilo moderno, que representaban un valor considerable: tres de esos edificios pertenecían a la respetable casa comercial de Gómez Hermanos y uno a don José María Gómez, de la misma casa, quien se hallaba en Europa, de paseo con su señora.[2] Esta casa la habitaba el doctor Julio Zuluaga.
Los almacenes de la carrera 11[3] y la calle 14,[4] los ocupaba la importante casa alemana de A. Helda; estaban completamente atestados de mercancías que valían una suma apreciable. La rapidez de las llamas no permitió salvar casi nada de esas mercancías.
La imprenta de la empresa periodística “La Patria” quedó envuelta por las llamas, y por lo tanto fue totalmente destruida. Esta imprenta estaba situada al norte del Almacén Alemán y contigua al depósito donde empezó el fuego. El taller de talabartería del señor Tulio Meza, que seguía al anterior también se perdió íntegramente.
Para atajar el fuego por ese lado, que ya había empezado a invadir otros edificios contiguos, se destruyó, casi en su totalidad, la magnífica casa de habitación de don Marco Gómez,[5] jefe de la firma Gómez Hermanos. Así mismo, sufrieron grandes daños una casa de don Nepomuceno Jaramillo, la del señor Álvaro Jaramillo y otra de don Jesús Montes Ramírez. En estas tres últimas habitaciones los daños fueron ocasionados, no por las llamas, sino por la destrucción de parte de sus techos, para ver de contener el fuego, propósito que se consiguió. La estrechez de las calles facilitó a las llamas, cuando subieron a los aleros de la casa donde principió el fuego, pasar a la casa del frente ocupada por don Antonio Gómez A., de la misma razón social de Gómez Hermanos.
Una vez el fuego en este lado, ardieron con rapidez la casas de don Ramón Jiménez, de don Jorge Hoyos, la del señor Gómez ya mencionado y la de don Rafael Botero, elegante construcción de la esquina sur de esa cuadra. Este espléndido edificio, tal vez por su altura mayor sobre los otros, o porque el viento sopló más fuerte a esa hora, y la casa del frente ya había caído, fue devorado en quince minutos. Don Rafael y su familia, en esos días se encontraban en la ciudad de Honda.
Un valiosísimo depósito de mercancías, situado en los bajos de la casa que ocupaba don Antonio, se perdió íntegramente. En esta cuadra se lograron salvar las existencias de un billar y su cantina, y los objetos que contenía una tienda de abarrotes y de granos llamada “La Fontana”.
Un depósito de mercancías de los herederos de Cristóbal Santamaría; la Cigarrería “La Patria” y la Agencia de chocolate “El Martillo” se quemaron en su totalidad. El depósito de granos del señor Ramón Jiménez[6] fue salvado en parte, después de arder una cantidad apreciable de fanegas de maíz. Don Joaquín Gómez apenas tuvo tiempo de salvar su familia y perdió su valioso mobiliario, todos los enseres de su casa y el lujoso ajuar que su hijo Joaquín había comprado para el adorno de su casa, pues estaba próximo a celebrar su matrimonio. Para evitar la propagación de las llamas por este lado, se destruyeron totalmente, las casas de don Gabriel Gómez, de don Roberto Salazar J. y de doña Manuela López v. de Toro. Estas tres casas eran bajas, de construcción antigua y su valor consistía en la excelente posición de sus solares.
El edificio Toro, situado en la carrera 11, al frente de uno de los incendiados, fue defendido aun cuando las llamas principiaron a devorarlo en dos ocasiones; este edificio estaba asegurado en la cantidad de veinte mil pesos oro ($ 20.000.00), en una Compañía de Seguros que representaba don Mario Camargo. Este acucioso representante, subsanó inmediatamente los desperfectos y tuvo que gastar una suma un poco mayor de mil pesos oro.
El edificio del “Salón Olimpia”, aun cuando empezó a arder, se logró salvarlo, sin causarle mayores daños. Innecesariamente se destruyó gran parte de la casa de doña Genoveva Jaramillo v. de Escobar. En previsión de lo que pudiera ocurrir, algunos almacenes y casas de habitación fueron desocupados.
A las ocho o nueve de la mañana, el peligro estuvo conjurado y las ruinas continuaron humeando por varios días. Un simulacro de bomba, que empezó a funcionar un poco tarde, aunque sí prestó algún servicio, fue la causa de la muerte de un policía, que había estado trabajando casi entre las llamas por algunas horas, y por lo tanto, su cuerpo debía de estar agitadísimo; un chorro de agua fría lo empapó y poco después, se vio acometido de violenta neumonía, de la cual murió al día siguiente. El simpático Pedro A. Quirós, considerado como artista en su oficio de peluquero, recibió en las mismas condiciones del policía mencionado, otro baño con la bomba; le dio la misma enfermedad y también murió a consecuencia de ella; sus camaradas y la sociedad en general, con muestras de vivísimo sentimiento, concurrieron a su entierro y acompañaron el cadáver hasta el cementerio.
El Almacén Alemán estaba asegurado en ochenta mil pesos ($ 80.000.00) oro; el depósito donde empezó el incendio en tres mil pesos ($ 3.000.00) oro; otro edificio en diez y siete mil pesos ($ 17.000.00) oro. Estas sumas fueron cubiertas oportunamente por las Compañías Aseguradoras. Los datos anotados sobre seguros, no los conocemos con toda precisión y por lo tanto, los damos con las reservas del caso.
Las calles adyacentes, el Parque del Libertador y el solar del Municipio[7] que está al frente del Colegio de la Presentación, quedaron convertidos en enormes montones de maderas, muebles y de muchas otras cosas que se sacaban a toda prisa y en confusión quedaban allí tiradas.
El atleta ruso Barón de Roland se encontraba en esta ciudad, en gira de exhibición de su asombrosa fuerza y de su hermosa musculatura. Estas fueron puestas a prueba en esa mañana, cuando se le vio cargar, sin el menor esfuerzo, la caja de hierro de caudales de la Administración de Correos, hasta dejarla en el Parque del Libertador; esta caja no pesará menos de treinta arrobas. También sabemos que este Barón puso en salvo un piano de don Jorge Hoyos. Muchos de los niños excursionistas se veían ayudando a la obra de salvamento y al trasteo de los objetos que podían cargar; entre algunos de ellos se colectó algún dinero para auxiliar a los damnificados.
Otra suma de dinero, de alguna importancia, se recogió entre los manizaleños con el mismo fin y varias ciudades del país enviaron generosamente cantidades de bastante consideración. Con parte de esa suma se reconstruyó la casa de don Álvaro Jaramillo, se les dio a otras dos familias pobres otra parte y quedó un sobrante de varios miles de pesos, del cual no se sabe a qué fin se habrá destinado. Las pérdidas ocasionadas por los robos, fueron de poca significación y recuperadas en su mayor parte.
A propósito de incendios, anotamos que ellos aquí son escasos, a pesar de lo expuesto que están todas las casas, en las cuales entra como principal elemento de construcción la guadua y que las paredes forradas en madera, por la pintura, que siempre consta de dos baños de colores con aceite, arden con suma facilidad, como lo demostró el incendio de la casa de don Rafael Botero.
Los incendios de tiempos anteriores, no se propagaron y lograron localizarse, en el lugar donde aparecieron. Hace muchos años se incendiaron y no se pudieron salvar dos casas en la carrera 11, entre las calles 7 y 8.[8] Estas casas pertenecieron a los señores Juan Valencia y Rafael Ramírez. Tal vez con anterioridad a éste, se incendió la casa de don Ángel Restrepo, situada donde está hoy la Iglesia de la Inmaculada. Hace unos cinco o seis años se incendiaron dos casas, en la esquina noroeste del Parque del Colón.[9] Otros amagos de incendio se han presentado en algunas casas, los cuales se han dominado con facilidad, cuando el salvamento lo hacen las familias a puerta cerrada. Las multitudes que concurren a estos siniestros, si bien van guiadas por un fin generoso, no se someten a ninguna disciplina y por esta causa, las más de las veces, se obra sin acierto y más bien se contribuye al aumento de las pérdidas.
[1] Primer incendio de los tres grandes que azotaron la ciudad.
[2] Tíos de los hermanos Gómez Arrubla.
[3] Actual carrera 21.
[4] Actual calle 21.
[5] Padre de los conocidos comerciantes Gómez Arrubla.
[6] Padre de los Jiménez Estrada.
[7] Actual Plaza Alfonso López.
[8] Actual Carrera 21 entre calles 25 y 26.
[9] Actual Parque Rafael Uribe Uribe en San José.
LONDOÑO, Luis, Manizales, hoyos editores, Manizales, 2017, p. 233-237