
Con 219 casas destruidas contando entre ellas edificios administrativos como la Gobernación, la Alcaldía, el Palacio arzobispal y gran parte de los establecimientos comerciales como bancos y depósitos, el primer incendio del año 22 parecía un paseo. Francisco José Ocampo, entonces Secretario de Hacienda del gobierno departamental y gobernador encargado por ausencia de su titular Gerardo Arias, recuerda los hechos de esta manera:
“Cuando ya el fuego había devorado la Gobernación, situada en donde hoy existe la nueva construcción y la mayor parte del comercio en la parte occidental de la ciudad, amenazando el sector oriental donde tenían sus habitaciones las familias manizaleñas (aun cuando en la parte occidental también había bastantes), de acuerdo con los jefes del ejército y de la policía di por escrito la orden de dinamitar las edificaciones cercanas a la Gobernación, con el fin de despejar el terreno y poder combatir más fácilmente la propagación del arrasador incendio. Se trajo dinamita de los depósitos del ejército y se voló la casa de la familia Murillo, situada en la esquina nor-oriental de la plaza. Con esta medida que después me fue muy censurada por mis adversarios políticos se salvaron el sector oriental y norte de Manizales, donde, como dije antes, estaba la mayoría de las residencias particulares de los manizaleños. Estoy seguro, y así lo están muchos ciudadanos, de que si no se toma esa medida extrema, la destrucción de la ciudad habría sido total. En la misma forma salvamos la Catedral, dinamitando una casa vecina y se conjuró por ese lado el peligro. Toda la trágica y eterna noche se luchó impotentemente contra las llamas…” (P 85 Ocampo, Francisco José, Memorias inconclusas de un amnésico).
Las perspectivas de la joven ciudad eran irreales. Desde Pereira le llegó al presidente de la República General Pedro Nel Ospina, un telegrama solicitándole trasladara a esa ciudad la capital del Departamento ya que Manizales se había convertido en un campo de cenizas. La desgracia era enorme. En sus memorias, Francisco José Ocampo, hace el siguiente balance del daño del fuego:
“…Veinticinco manzanas, las más valiosas de la ciudad, destruidas, con pérdidas según el inventario que a mí personalmente me tocó realizar de centenares de casas y tiendas, edificios y depósitos, con un valor total de cincuenta millones, así: asegurados veinte millones; desamparados o sin seguro treinta millones… pero la más grave de las consecuencias fue la pérdida de la hegemonía de Manizales como primera ciudad comercial del occidente colombiano, junto con el grave daño causado por la disminución de la población que desertó atraída por otras ciudades, en vista de la falta de vivienda. Otra seria consecuencia del incendio fue la pérdida de los archivos de la Gobernación, con la mayor parte de sus muebles y negocios en curso, la imprenta, la contraloría y las oficinas de contabilidad oficial. Por ejemplo las adjudicaciones y títulos de minas de un Departamento tan minero entonces, desaparecieron tornándose cenizas…” (P 87 Ocampo, Francisco José, Memorias inconclusas de un amnésico)

Escombros en el parque Bolívar, 1925
La dimensión del daño se puede reconstruir con estos datos:El censo más inmediato a la catástrofe es del año 1922 y le atribuye a Manizales 49.980 habitantes. Si a esta información le agregamos el monto de las rentas efectivas del Municipal en el año 1922 que fue de $250.734 pesos y comparamos esta cifra con las reservas que denunciaban tener bancos manizaleños como el Banco del Ruiz, $454.00 y el Banco de Caldas $270.000 en el año de 1924 y se compara con el avalúo de 50 millones dado por el funcionario que lo elaboró, se denota el tamaño de la pérdida de riqueza que sufrió la ciudad.
HOYOS, Körbel, Pedro Felipe, El Centro Histórico: su origen y razón de ser, hoyos editores, Manizales, 2014, P. 37-40.